Federalismo para Chile ¿por qué no?
Cuando se habla de federalismo para Chile surgen de inmediato voces que recuerdan que nuestro país, “por razones históricas y geográficas”, siempre ha sido unitario. Otra cosa sería impensable. El federalismo ya fracasó una vez, en 1826, añaden los más informados. La conclusión es irrefutable, demasiado obvia para tener que expresarla: el federalismo es inviable para Chile.
Esta afirmación tan rotunda se resquebraja, sin embargo, si se hurga bajo la superficie. En primer término, nada hace suponer que la historia ya está escrita. Si algo la distingue es que es única e irrepetible, de manera que el ejemplo del pasado quizás ilustra, pero en ningún caso condiciona el futuro. En esa lejana época, caracterizada por ensayos políticos, pobreza material, ignorancia cívica y supuesta “anarquía”, nada podía verdaderamente resultar.
Ahora bien, aún asumiendo que la historia pudiera iluminarnos, la verdad es que la chilena enseña también cosas distintas. Asegurar que el federalismo es ajeno a nuestra tradición, por ejemplo, equivale a decir que la independencia también lo era. El siglo XVIII fue bastante pacífico y de repente afloró el separatismo, la república y, finalmente, la independencia plena. Todo muy ajeno a la tradición, al igual que el federalismo. Pues bien, muchos de los que impulsaron la independencia –O’Higgins, Rozas, Infante, Freire y otros- en algún momento promovieron también la confederación o el federalismo, como corolario natural de una lucha antiautoritaria y anticentralista. De manera que la historia no basta para cerrar el caso en favor del centralismo.
Una vez consolidada la independencia, las provincias del norte y de “ultra Maule”, es decir, Concepción, organizadas en asambleas provinciales, luchan por imponer la confederación… y con bastante éxito. Ramón Freire, intendente de Concepción nominado por la Asamblea del Sur, es elegido Director Supremo. En la revolución de 1830, las armas penquistas dan el triunfo al grupo conservador. Con esta victoria, es elevado a la presidencia otro penquista, Joaquín Prieto, quien también había sido nombrado intendente por la asamblea de Concepción.
Por desgracia, a partir de entonces se impone un fuerte centralismo, que todavía lesiona el desarrollo de las regiones. Este centralismo, no puede negarse, permitió la temprana consolidación del Estado chileno, que fue muy exitoso en el siglo XIX. Se expandió hacia el norte y el sur, alcanzó la supremacía en el Pacífico y fue avanzando social y económicamente. También la república se fue profundizando, incluso a pesar de las cuatro guerras civiles que sufrió el país.
Transcurrido más de un siglo desde esas antiguas glorias, el país ya está maduro para abrir su sistema político -y con eso su sociedad entera- a un sistema más profundamente descentralizado. No necesariamente federal. Pero sí uno en que las identidades y las capacidades regionales puedan expresarse, de manera que todos los chilenos puedan sentirse más libres y responsables de su destino. Así cumpliremos la promesa que impulsó nuestra independencia como nación.
0 comentarios:
Publicar un comentario